
Cada día era peor. Aquello se deterioraba continuamente. Debía admitirlo: ya no la soportaba. Era posesiva, celosa, acaparadora, caprichosa, absorbente, obstinada, quería salir a todas horas, no paraba de protestar en casa, hasta que no conseguía sus caprichos no cesaba de importunarme de una manera u otra. Estaba harto. En todo tenía que ser excesiva. No me podía ver con otra, ni siquiera un segundo, sin perder en el acto la compostura y ponerse agresiva. Me ponía en evidencia, cuando se ponía empalagosa, con aquellos mordisquitos en el cuello delante de quien fuera… Jamás meteré en casa otra puta perra.
5 comentarios:
Perdona, sé que no viene a cuento, pero cuánto me gustaría tener la receta vuestra de las migas!!!...me recuerdan a mi infancia, cuando entre comidas típicas de aqui, se intercaban en mi casa...las migas...me he quedado sin ella...
Besos
Ah! y también las gachas...¿Pido mucho?...gracias de antemano.
Bss
xD
no te creas tú que la última frase lo arregla mucho...
puestos a interpretar erróneamente,
hasta la empeora
pero sí,
las perras tan excesivas
son un coñazo.
(y las gatas no veas. la mía me pega cada mordisco de cariño... que hace un par de años estuve 15 dias a antibióticos y vacuna del tétanos!)
Haré lo que pueda, Flor y Nata.
Veo que lo has pillado, Zeltia.
De eso se trataba: de no dejarlo claro.
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