Me gusta imaginar al escritor como emboscado. Silencioso, oculto y a la espera, observando la vida desde algún costado. Esperando no sólo el momento ajeno, que surge inesperadamente, sino también el propio, que brota al compás caprichoso que rige la fantasiosa voluntad. Mientras ocurren ambas cosas, pues no suelen ir de habitual coordinadas, pasa el tiempo y, en ese sustrato de la memoria que con tanto mimo atesora el narrador, se van aposentando las historias y, éstas, cuando llega su tiempo, afloran a la superficie del papel como les pasa a los ahogados cuando los gases internos les reflotan.
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4 comentarios:
Impactante la comparación.
Ahí estás tú!
[no quiero pasar corriendo por tu blog, de ahí que lo voy dejando para momentos de calma.
no son tus cosas para pasar a la ligera.
aproveito para deixarche un bico]
Al papel, y/o a la hoja virtual cintilante de un monitor. Van aflorando con timidez, o con decisión pero tarde o temprano se dejan ver.
Gracias por las tres cosas, Zeltia:
Lo de la comparación, la lectura calmada y el bico.
Unha aperta para ti. (¿Bien?)
Veo que también te pasa, Piel de Letras.
Saludos.
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