24 de noviembre de 2012

El pertinaz persuasor permanente



Me costará seguir apreciándote si no te identificas convencidamente con mi pensamiento y, además, secundas mi propuesta. Hace falta ser un zote para no percatarse del altruismo de mis ideas. He venido a verte expresamente, ofreciéndote este beneficio. Vale que tú hayas invitado a comer como era tu obligación, pero ese monosílabo por respuesta era lo último que esperaba de ti. Me decepcionas. Te he hablado seis horas seguidas de mi proyecto y ahora me dices que no. ¿Por qué me haces esto, desagradecido?
- Porque, después de seis horas de escucharte, es la primera vez que me has preguntado.

6 comentarios:

matrioska_verde dijo...

tenemos tanta necesidad de hablar, de ser escuchados que...

biquiños,

Lan dijo...

Especialmente algunas personas, Aldabra, que olvidan preguntar a los demás lo que piensen o sientan porque les parece irrelevante.
Bicos.

Ángeles dijo...

Ahí está la cosa: hay personas que quieren que los demás las escuchen pero no están dispuestas a escuchar a los demás.
Como a ellos les gusta escucharse a sí mismos, creerán que a los demás también les va a encantar, ¿no?

Paz Zeltia dijo...

es verdad, había olvidado que hay personas que sólo hablan cuando tienen algo que decir

Lan dijo...

A mí me parece, Ángeles, que el equilibrio entre el hablar y el escuchar es el punto de la amistad.
Lo otro es un abuso.

Lan dijo...

Sobre todo, Zeltia, cuando se sienten acosados por horas de palabras cuya finalidad presienten. Que es algo así como sentirse poco a poco envuelto por un hilo de araña. En esos casos es necesario ser conciso y claro. Tajante dicen otros.