Deslumbrado por lo inefable,
tanto le palpitaban interiormente las ideas que le sobrecogían como las
oberturas de algunas sinfonías. Abrumado, se preguntaba si había para tanto o
si valía la pena aquel alivio, aquellas tormentas absurdas con vocación de escritura.
Pero, casi siempre, le terminaba venciendo la tentación de sentir las palabras
rebotando en el aire, buscando su destino, para, finalmente, verlas apresadas
en frases, brutalmente inmovilizadas y prendidas a un significado; y, sobre
todo, le podía el placer de sentirlas emerger, todas juntas, con la prisa
incontrolada de un espasmo, de su cabeza insomne, como una eyaculación
fecundadora del vacío.
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8 comentarios:
ósease que no escribimos sino que eyaculamos...
biquiños,
¿Eso se te ocurre? ¡Qué conocimiento!
:-)
Bicos, Aldabra.
Que sí, que sí, que vale la pena. Y aunque no la valga, ¿es que acaso se puede remediar?
Saludos de esta cabeza insomne.
Ejem, ejem, ¡cof, cof, cof!
Pero miren al Lan a media noche, hasta parece transformarse en Lancelot y sus letras son la princesa Ginebra.
Digo... "hasta parece"
;-)
No se puede remediar, Ángeles, cuando no se tiene cosa mejor que hacer.
Saludos.
Cualquier cosa, Descalza, puede parecer. De eso se trata.
Gracias.
Deslumbrado.
Inefable.
Abrumado.
Alivio
placer
fecundadora del vacío.
Siempre, bueno casi siempre, hay un intento en todos los que escribimos por meternos en esa contradicción que es describir lo inefable que, por definición, es justo lo que no puede describirse con palabras.
Así que en ello estamos casi todos. Al menos, eso se me ocurre, Zeltia.
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