Hay una religión con más seguidores
que ninguna. Sus axiomas no necesitan de la fe. Así, por extraño que parezca,
los oficiantes están siempre seguros de ser once contra once, de salir a ganar,
de darlo todo, de no poder luchar contra la suerte o los arbitrajes, de saber
que la pelota, cuando no quiere entrar, no entra.
Y los fieles seguidores están
convencidos de sentir sus colores, independientemente de los resultados; de que
jugar mejor no significa ganar, y al contrario; y, sobre todo, de que el fútbol
es fútbol y a la inversa. Este dogma no tiene resquicios.