
Como los bebés, los ancianos tienen el cuerpo amorfo, indefinido y con dolores imprecisos. Te dicen lo que quieren pero es como si no lo hicieran. Al momento lo olvidan porque los dolores en ellos son ya más generales y tediosos que su ansia por dejarlos atrás definitivamente. Pero no saben cómo hacerlo porque también se es anciano sólo una vez, sin previo aviso. Habitan una ruina. Así, tan pronto te dicen entre lágrimas que tienen ganas de abandonarlo todo como preguntan, al menor alivio, si tienes restaurante reservado para su cumpleaños, a tan sólo un puñado de insuperables días.