Tres horas después de empezar,
tras localizarlas, rodeé por fin a las perdices, las saqué de la inacabable
estepa de terrones y las hice volar al olivar donde las cuestas y barrancos
comenzaban. Me sentí esperanzado, por fin empezaría a cazar.
Pero, sorprendentemente, regresaron,
aleteando furiosamente, a la inmensidad de terrones de donde las volé.
Cuatro sujetos venían por la ladera disparando a todo, ellos decían que a los
zorzales.
Me dije, no sé para qué defiendo a
los cazadores, si una buena parte de ellos son gilipollas a evitar, mastuerzos,
tontos de capirote, cachos de carne con ojos.