
Aquel final me pareció sincero, aquel final de encrucijada divergente, a partir de la cual se separaron lentamente como un hilo que se tensa sin romperse y que, ya imperceptible, les unirá en la distancia cuando otra evidencia no pueda mantenerse. Y así se separaron los enamorados entre gayombas, que nosotros llamamos retamas; entre atochas, que nosotros llamamos espartos; entre azucemas que nosotros llamamos espliegos; y dejaron una estela fresca entre las acequias perfumadas de menta, una estela de amor que nosotros, esta vez coincidiendo con ellos, llamamos amor también. Aunque, en la despedida, el amor apretara en las gargantas.
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